Desde que la mujer es mujer, ha abortado.
No creo que la dificultad de plantearse ser madre sea una cosa exclusiva de los tiempos que corren. En todos los momentos de la historia la maternidad ha sido un sentimiento ambivalente. Por lo que de la forma que sea y dependiendo de los conocimientos del momento se ha intentado controlar de alguna manera el número de nacimientos o el número de hijos/as que tener. Haciendo un repaso por diferentes momentos de la historia, no solo en los métodos usados para abortar sino en las actitudes y conductas sexuales del momento, compruebo como la mujer no se conforma con su imposición biológica e interviene como puede en los designios naturales o del más allá. Por tanto, como abortar no es nada nuevo, creo que la maternidad no ha sido solo un sentimiento positivo y acogido con alegría en todo momento por las mujeres, sino algo que nos ha acarreado planteamientos existenciales, contradicciones y todo un universo de sensaciones que a veces no queremos vivir.
Desde la implantación de la actual Ley 2/2010 de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo las tasas de aborto han disminuido en nuestro país. Sin embargo, la idea de acabar con él es ilusoria. En los países donde hay leyes permisivas, educación sexual desde la infancia y mucho más respeto democráticos por las decisiones de las mujeres se sigue abortando; y en los países con leyes restrictivas también. Las diferencias entre hacerlo en uno u otro tipo de países están claras: las tasas de morbi-mortalidad, el estigma que acarrea abortar, las dificultades económicas que supone, ya que hacerlo clandestinamente es bastante más caro y se incrementan las mafias y las malas praxis. Aquí en España durante la dictadura, también se abortaba arriesgando la vida. ¿Por qué entonces cerrar los ojos ante esta realidad?. ¿Por qué sigue estando tan estigmatizado?
Creo que una de las claves del complicado proceso de la maternidad es que hay que encuadrarla dentro de un constructo social. Las motivaciones para ser madre no son un hecho individual, biológico, instintivo únicamente, sino que están enmarcadas dentro de unos valores, normas, preceptos, cultura, etc. que varían de un momento a otro de la historia y que nos muestran claramente como los factores sociales condicionan las motivaciones individuales.
A lo largo de mis años de experiencia como trabajadora social en la Clínica el Sur de Sevilla, dedicada especialmente a realizar interrupciones de embarazo, me encuentro diariamente a mujeres en las que la maternidad, se convierte en el conflicto más importante que han tenido en su vida y la dificultad de resolverlo radica en la cantidad de factores que inciden en la posible satisfacción del deseo ya que el momento social-psicológico en el que se encuentran determina absolutamente el deseo de maternidad. Por tanto, ser madre no se encuentra hoy en día -y creo que nunca lo ha estado- encuadrado solo dentro de lo biológico o instintivo, sino condicionado por multitud de variables que la convierten en un conflicto a veces difícilmente resoluble. Mi experiencia me demuestra que el saberse embarazada nos dota de una hipersensibilidad, de un acercamiento a la tierra, de un terror a lo desconocido, a la responsabilidad, al parto, a “lo que se nos viene encima”, que innumerables veces es más una sensación de salto al vacío que de felicidad armoniosa.
La ambivalencia, lo dicotómico en todos los sentimientos relacionados con la maternidad y presentes en el discurso social, es lo que vuelve realmente complicada y contradictoria la decisión. Existe por un lado una exaltación de la maternidad, la dedicación a la familia y el hogar y por otro una desvalorización de estas funciones en una sociedad que se rige por la exagerada valoración del trabajo remunerado como única forma de vida. El trabajo reconocido y remunerado es el que se realiza fuera del hogar, el trabajo de casa está absolutamente desvalorizado, con la consiguiente denotación social, la continua dependencia del cónyuge que conlleva y la baja autoestima que nos crea dedicarnos a algo que tan mal se valora.
Por un lado recibo la información de que ser madre es lo más maravilloso del mundo, lo que me hace completa y feliz pero por otro lado, no hay ayudas para serlo, además me exigen y me exijo ser buena profesional, estudiar, ser competitiva, saber idiomas, mantener mi cuerpo sano, bonito y delgado, ser culta, leer, ir al cine, trabajar diariamente, cuidar de la casa, de los padres, de los hijos, estar depilada, viajar, colaborar con una ONG, ser buena amante y además no ponernos histérica, o sea, ser PERFECTA.
¿Quién puede con esto?, ¿Cómo tomar una decisión acertada ante tanta contradicción?, ¿Dónde está el equilibrio?
Es claro que esta supermujer impuesta por todos y por todo es atrayente, es lo más cercano al ideal del yo femenino, MUJER PERFECTA-MADRE PERFECTA, pero también está claro que esta imagen virtual de nosotras mismas nos hace ser irreales, nos hemos metido a formar parte de un sistema masculino de poder y competición productiva sin poder ni querer desligarnos de la función ancestral de cuidadoras y madres del mundo y todo esto es demasiado para una sola vida, para una sola persona.
Además de ser antisolidario con tantas mujeres -como apunta Enriqueta Moreno en su artículo La identidad femenina en la sociedad actual, 1999-, que ni siquiera pueden ni acercarse a entender de qué se esta hablando, ya que su trabajo tanto laboral como doméstico y sus condiciones socio-personales no participan del privilegio de poder plantearse tantas cosas.
Para estas otras mujeres la dificultad de la decisión radica en que la inculcación del ideal maternal del que antes hablábamos está presente sin matices, sin porqués; son mujeres para las que también se ha producido un cambio en la sociedad puesto que los derechos legales, económicos, al tener el carácter de universales nos afectan a todas pero que por las condiciones educativas, económicas, culturales en las que están inmersas, la asimilación real de estos cambios se hace de forma mucho mas lenta e inconsciente. Son mujeres que desde muy jóvenes viven como adultas, tienen hijos/as, viven en pareja, asumen separaciones, rupturas familiares y en muchos casos viven la maternidad como una satisfacción vital imaginaria, viven el quedarse embarazadas con mucho menos peso, tienen hijos “porque sí; porque es lo que hay que hacer” sin más planteamientos, ni se paran a pensar en la maternidad normalmente porque ya tienen demasiada carga familiar en sus vidas. Algunas hacen del aborto un gran drama puesto que es su función en la vida y muchas lo viven con la misma naturalidad y aceptación que vivieron sus embarazos. Son mujeres que aceptan las disposiciones de la naturaleza con mucha más levedad, sienten que no las controlan en absoluto y se dejan llevar e inmiscuirse en ellas de lleno.
Me atrevería a afirmar que en un 95% de los casos el aborto no causa traumas psicológicos graves. Es más, creo firmemente que el aborto soluciona muchos conflictos, pero por supuesto no es una situación deseable para nadie y causa a las mujeres un revulsivo importante en sus vidas.
La idea apuntada por Sara Velasco en su libro “Naufragios” sobre la diferenciación del deseo de ser madre, con el de gestar o parir pone de relieve una realidad que me encuentro diariamente en la entrevista con mujeres embarazadas: se puede estar embarazada y no creértelo, incluso de 5 o 6 meses; existen los embarazos repetidos una y otra vez como necesidad de reafirmación de la feminidad; existen los embarazos como prueba de fertilidad; como deseo de estar llena pero sin lugar posible para el hijo o la hija en nuestro inconsciente, existen los embarazos como la necesidad de atraernos hacia la tierra, de tener algo real, primario, biológico que sentir, cuando más perdidas estamos. Creo que estar embarazada, abortar o ser madre no son decisiones fáciles por todo lo que ya hemos comentado, pero cuanto más dramática y trágica hagamos la decisión y mas estigmatizada esté por nuestras leyes y nuestra sociedad más difícil se nos hará tomarla.
Hay un slogan que resume bien todo este dilema: “las mujeres deciden, el estado garantiza, la sociedad respeta y las iglesias no intervienen”.
Miriam Gómez Lozano, Trabajadora Social y Antropóloga
Clínica el Sur de Sevilla
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